RÉQUIEM POR UN SOLDADO: Ángel Garmilla Porras, voluntario carlista

Ángel estaba a punto de cumplir los 18 años cuando empezó la Tercera Guerra Carlista, y tenía 19 cuando aquella guerra le quitó la vida. A finales de abril de 1872, el autoproclamado rey Carlos VII volvió a encender las ilusiones de aquellos que añoraban el Antiguo Régimen y habían perdido ya dos guerras, aunque la que se recordaba en Valdivielso era la primera, la de 1833, pues en la segunda no intervinieron las Merindades de Burgos. Cuarenta años fueron quizá suficientes para atenuar el recuerdo de aquella cruel y terrible sangría, pero no para renunciar a recuperar los privilegios de la hidalguía, ni para aceptar que los liberales pretendieran reformar la sociedad con sus desamortizaciones y con sus limitaciones al poder de la Iglesia Católica. Mucho habría oído Ángel Garmilla sobre estos asuntos en su casa y en la parroquia, mucho se hablaría sobre ello en Quecedo, y en todo Valdivielso, principalmente por boca de los curas y de los más viejos del lugar. Además, le llegaría el mensaje insurreccional que lanzó Carlos VII el 14 de abril de 1872: «La santa religión de nuestros padres está perseguida, los buenos oprimidos, honrada la inmoralidad, triunfante la anarquía, la hacienda pública entrada a saco, el crédito perdido, la propiedad amenazada, la industria exánime... Si siguen así las cosas, el pobre pueblo queda sin pan y la España sin honra. Nuestros padres no hubieran soportado tanto; seamos dignos de nuestros padres. Por nuestro Dios, por nuestra Patria y por vuestro Rey, levantaos, españoles». También sabría el joven Ángel que, si no iba voluntario con las tropas carlistas, irían los otros a reclutarle por la fuerza para que sirviera con las armas a la monarquía constitucional de Amadeo I de Saboya, un rey que, por cierto, menos de un año después del inicio de la guerra sería destituido por los liberales radicales y los republicanos, un sector que no olvidaba la Revolución de 1868. A partir de febrero de 1873, y hasta diciembre de 1874, sería la Primera República la que combatiría al carlismo, y luego, con la restauración de los Borbones, regresaría la monarquía en la persona de Alfonso XII , en pleno fragor de aquella cruenta guerra que duraría hasta finales de febrero de 1876.

Poco les importarían los vaivenes de las Cortes de Madrid a los empobrecidos campesinos españoles, los cuales, por otra parte, nunca hicieron una auténtica revolución campesina, como ya se había hecho en otros estados de la Europa occidental. Sin embargo, en el norte y en el este de la Península Ibérica, los campesinos pelearon por su pan y por su dignidad en el siglo XIX bajo el manto de una Iglesia que, paradójicamente, siempre defendió a terratenientes y rentistas, dándose la triste realidad de que aquellos luchadores ofrecieron sus vidas y las de sus hijos por una alternativa monárquica que una y otra vez les llevó a la derrota. Así estaban las cosas cuando Ángel Garmilla decidió irse a la guerra con los carlistas.

Yo me encontré con Ángel mientras curioseaba buscando el apellido Garmilla en el catálogo digital del Archivo Histórico Eclesiástico de Bizkaia. Vi que sus apellidos coincidían con los de mi bisabuelo Lucas de la Garmilla y Porras.También me llamó la atención que hubiera fallecido en Balmaseda y además, por la fecha, el 24 de noviembre de 1873, en plena guerra carlista. Consultando los datos de nuestro genealogista de cabecera, el genial y generoso Juanra Seco, me enteré de que Ángel había nacido en Quecedo un 10 de mayo de 1856, y de que sus padres fueron efectivamente mis tatarabuelos Benito de la Garmilla y Paulina Porras, él de Puente Arenas y ella de Quecedo. A continuación, para averiguar las circunstancias del fallecimiento de mi tío-bisabuelo, sabiendo ya que había muerto en tierras vizcaínas y a los 19 años, pedí al archivo su partida de defunción.

Cuando tuve la copia de la PDE en mis manos, me sentí muy decepcionada, y también enfadada con el perezoso y despectivo coadjutor de San Severino, don Máximo Iruretagoyena, el cual había despachado a mi pariente con cuatro palabras, diciendo que este había fallecido «de fiebre», que lo había mandado enterrar «de caridad», y poco más. Eso sí, don Máximo precisaba que los dos testigos del evento eran «jornaleros del campo». ¿Y Ángel? ¿Qué era Ángel? Porque, suponiendo que fuese del mismo oficio, para ser jornalero no necesitaba irse hasta Balmaseda en plena guerra. Tampoco pude averiguar cosa alguna recurriendo al registro civil, pues este empezó a escribirse en Balmaseda tras finalizar la contienda, en 1877.

Como último recurso, hace diez días telefoneé al Archivo Municipal de Balmaseda, y allí una amabilísima ayudante de la archivera me informó de que había una carpeta etiquetada como «Estancias militares de la guerra carlista en el Santo Hospital de Balmaseda». En cuanto me dio cita para la consulta, cogí el tren en Bilbao para trasladarme a la primera villa fundada en el territorio histórico de Bizkaia en 1199. Como era pronto para mi cita con la historia, callejeé disfrutando de la tarde soleada, visitando la interesante iglesia de San Severino y contemplando el precioso puente medieval, sin dejar de pensar que estaba viendo los últimos lugares en que había transcurrido la corta existencia del pobre tío Ángel. Pero mi emoción subió hasta el techo cuando tuve en mis manos los viejos papeles en los que, efectivamente, aparecía Ángel Garmilla. No solo encontré un listado de ingresos y salidas del Santo Hospital,  que se había convertido durante aquella terrible época en lazareto u hospital de sangre, con el nombre de Hospital Cívico Militar, primero para los liberales, luego para los carlistas, y finalmente de nuevo para los liberales, sino que por suerte también estaban guardados allí los pases que unos y otros daban a sus heridos para que estos fueran ingresados en el hospital de Balmaseda con el fin de ser tratados o curados de sus «dolencias» o de su «enfermedad», y es que nunca, nunca jamás, ni los carlistas, ni los liberales, escribían las palabras «heridas» o «heridos». ¿Un tabú o censura de guerra? Me resultó curioso, tanto como que, por ejemplo, entre 1872 y 1874, con un total de 435 militares carlistas ingresados en el hospital, solo para 6 de ellos se escribiera en el listado, después de la columna correspondiente a la fecha de salida del hospital, la palabra «falleció», y esta en una columna que lleva por encabezamiento el eufemismo «Quedados». Increíble que murieran tan pocos en una época en la que no existían los antibióticos. ¿Otro tabú?

Sin embargo, la censura de guerra no se aplicó del todo en el caso de aquel chico de Valdivielso, Ángel Garmilla, el cual, según el listado, ingresó en el Santo Hospital de Balmaseda como soldado raso, el 9 de octubre de 1873, y salió el 26 de noviembre del mismo año (supongo que en realidad el día anterior, porque, según el coadjutor don Máximo, fue enterrado el día 25), y aquí sí aparece la palabra «falleció». En las columnas siguientes se detalla que los días de estancia de Ángel en el hospital fueron 49, con un coste de 6 reales diarios, y un total de 294 reales. El cuadernillo que contiene estos listados, con el título «Relación general de las estancias causadas por los individuos que a continuación se expresan pertenencientes a las fuerzas carlistas», parece meramente un libro de contabilidad: la información médica brilla por su ausencia. Mientras muchos de los ingresados solo pasaban entre una y tres semanas en el hospital, la estancia de Ángel, con siete semanas de permanencia, fue realmente larga. Esto permite suponer que sus heridas serían graves, aunque no mortales de necesidad. Posiblemente, viendo que la causa de la muerte en la partida de defunción es «fiebre», su fallecimiento sería debido a una infección, pero no hay modo de saber si fue una infección de sus heridas, o alguna enfermedad infecciosa contraída en el mismo hospital.

Algo más personal es el pase militar con el que Ángel fue ingresado en el hospital. Como encabezado puede leerse «Ejército Real de Don Carlos. Primer Batallón de Cantabria. 4ª Compañía».  Y el texto dice así: «Pasa al Hospital Cívico Militar de esta Plaza a curarse de sus dolencias el Voluntario Ángel Garmilla hijo de Benito y Paulina Porras natural de Quecedo Provincia de Burgos nació el 10 de Mayo 1856 y lleva consigo las prendas de vestuario que al respaldo se expresan. Valmaseda 7 Octubre 1873.» Y firman «El Teniente encargado de la compañía», así como «El Comisario de Guerra» para dar el visto bueno, y otro individuo más, posiblemente un médico. Al dorso de este pase se detalla que las prendas de vestir que poseía el Voluntario Ángel Garmilla eran un pantalón, una blusa, un par de polainas, un morral y un par de alpargatas. Nada más. En otros pases he visto que aparecen además alguna camisa o pantalon de repuesto, y siempre la imprescindible boina. Ángel iba con lo puesto, y había perdido la boina.

El hecho de que a Ángel Garmilla lo ingresara un teniente del Primer Batallón de Cantabria constituye una buena pista. Veréis por qué. Desde 1872 los carlistas estaban sufriendo muchos reveses, y parecían impotentes frente al ejército liberal, bien organizado y bien armado y pertrechado. En consecuencia, el mando carlista decidió generar una mejor organización tanto política como militar, creando diputaciones y batallones, así como todas las instituciones que precisaba un Estado de verdad. En ese contexto, el ferviente y aristocrático carlista, nacido en Burgos, don Fernando Fernández de Velasco,* tras ser nombrado presidente de la «Diputación a Guerra de Cantabria», se ocupó de levantar partidas carlistas en los pueblos y, durante el verano de aquel año de 1873, procedió a reunir en Balmaseda las partidas que operaban en la Montaña, tanto de Cantabria como del norte de Burgos, para encuadrarlas como tropas regulares de infantería, concretamente para crear el Primer Batallón de Cantabria, del que tomaría el mando el coronel don José Navarrete, que en junio había sido nombrado Comandante General de Cantabria. Don Fernando Fernández de Velasco trazó un itinerario según el cual los montañeses confluirían el 22 de agosto en Villasana de Mena, para recibir allí la protección y el refuerzo de dos compañías de vizcaínos, y llegar el día 23 a Balmaseda. Pero no todos llegaron en esa fecha. Los desplazamientos eran muy peligrosos, ya que por todas partes había tropas liberales, las cuales junto con la Guardia Civil, se dedicaban a detectar y eliminar pequeñas partidas carlistas. Para recoger a esas pequeñas partidas y llevarlas a Bizkaia hubo que inventar estrategias y enviar apoyos durante todo el mes de septiembre. No fue hasta octubre de 1873 cuando por fin estuvo completo el Primer Batallón de Cantabria, y el ingreso de Ángel Garmilla Porras en el Hospital Cívico Militar fue precisamente el día 9 de dicho mes, con un pase firmado el día7. Esto nos permite formular la hipótesis de que el muchacho pudo ser herido mientras su partida intentaba llegar a Balmaseda, cumpliendo las órdenes dadas por don Fernando Fernández de Velasco, y que posiblemente Ángel formaría parte de uno de los últimos grupos de voluntarios que acudieron para integrarse en el batallón. En general, los voluntarios de otras zonas de Burgos, junto con los de otros lugares castellanos, formarían la infantería ligera de los Batallones de Cazadores de Castilla.

No resultaría difícil encontrar alguna conexión valdivielsana en el entorno del carlista y tradicionalista don Fernando Fernández de Velasco y Pérez de Soñanes. Don Fernando tenía una muy estrecha amistad con el escritor José María de Pereda,** que sería diputado carlista en 1871 y estaba casado desde 1869 con doña Diodora de la Revilla y Huidobro, una cántabra con relaciones y orígenes valdivielsanos. Pereda y su familia solían ser invitados en verano al palacio de Soñanes en Villacarriedo, residencia de don Fernando, el cual a su vez visitaba a los Pereda en Polanco. Se sabe que en julio de 1870 don Fernando Fernández de Velasco acudió a la Corte carlista de Vevey (Suiza) para entrevistarse con Carlos VII, y que hizo el viaje desde Santander en compañía de su amigo José María de Pereda. En abril de aquel mismo año había tenido lugar en Vevey la famosa conferencia de notables carlistas en la que, como bien nos contó Andrés Rodrigo Valle, estuvo presente el que sería médico particular de Carlos VII, el valdivielsano de Puentearenas don Telesforo Rodríguez Sedano, hermano del Arcipreste de Valdivielso don Fermín Rodríguez Sedano, el cual sería la correa de transmisión para que en las parroquias del Arciprestazgo se informara, como Dios y el Rey mandasen, sobre la actualidad política y la necesidad de defender la patria y la religión. ¿Se encontrarían en Vevey, o en algún otro lugar, don Fernando y don José María con don Telesforo? Este último se relacionó, incluso con vínculos de parentesco, con los carlistas valdivielsanos de la familia Ruiz-Capillas. ¿Y pudo ser doña Diodora un vínculo con otros carlistas notables de Valdivielso? ¿Con quiénes? En definitiva, que habría aquí unos cuantos hilos de los que tirar para establecer alguna relación de cortesanos y notables carlistas con la presión del carlismo en Valdivielso.

Al terminar en derrota la Tercera Guerra Carlista, muchos documentos se quemaron para evitar que cayeran en manos de los vencedores, y pudieran utilizarse para emprender represalias. Tal fue el caso, por ejemplo, del archivo que sobre la causa carlista y del tradicionalismo, y sobre los asuntos de la guerra, tenía don Fernando Fernández de Velasco. Mientras él huía a Francia, su administrador lo echó todo al fuego. En general son muy escasos los datos relativos a los Batallones de Cantabria. En los archivos militares hay información abundante sobre las tropas liberales, pero sobre las carlistas, hasta donde yo sé, no hay prácticamente nada. Sin embargo, sí que pudo haber más valdivielsanos que, al igual que Ángel Garmilla, se alistasen con los carlistas, y es muy posible que otros tampoco sobrevivieran. En los listados del Santo Hospital de Valmaseda hay muchos apellidos castellanos, y algunos de ellos podrían corresponder a otros soldados nacidos en Valdivielso. Revisé todos los pases que están guardados en el archivo sin encontrar nada, pero en muchos de esos pases no figura el lugar de nacimiento del militar en cuestión.

Será difícil saber más sobre el tema, y es que la memoria de las familias tampoco ayuda, porque en muchas, al igual que en la mía, los recuerdos tristes se borran de una generación a otra. Mi abuelo Valentín Garmilla decía siempre que la política era una cosa mala, que no daba más que disgustos, y que la guerra era lo peor de lo peor. Y miraba como a lo lejos y no decía más. Tal vez detrás de sus palabras hubiera, entre otros, algún recuerdo relacionado con su tío Ángel, pero, si fuera así, está claro que él optó por dejarlo en el olvido. Y seguramente no se imaginaba que su nieta, “la potrillo”, lo iba a sacar a la luz algún día. ¿Me vas a reñir, abuelo? Creo que no.

Lo cierto es que a los difuntos que llevamos en la memoria y en el corazón los recordamos cualquier día del año, por lo que estas fechas tradicionales de días de Difuntos y de Todos los Santos deberían dedicarse, a mi parecer, sobre todo a los olvidados. Por Ángel Garmilla Porras, y por los demás soldados desconocidos de Valdivielso que perdieron la vida, tanto en un lado como en el otro, haría yo repicar todas las campanas del Valle. Pero, como creo que eso no me va a resultar posible, me conformo con traer aquí el nombre de este muchacho, y me gusta pensar que recorrerá el aire valdivielsano en la voz de Radio Valdivielso. Por él y por todos los que nunca volvieron: «Requiescant in pace», descansen en paz. Gran cosa es la paz. Que no vuelva a faltar. Amén.

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*Emilio Herrera Alonso. “Los batallones cántabros en la Tercera Guerra Carlista”. Altamira – Revista del Centro de Estudios Montañeses, 1973.

** “La biblioteca de Fernando Fernández de Velasco”- Tesis doctoral de Lourdes Viñuela Reinoso. Universidad Complutense de Madrid. 2015.

Mertxe García Garmilla