El kiosco de música, el estanque grande del parque y la tierra blanda y mojada. El brillo esmeralda de algunas hojas y el polvo marrón acero que pintaba a otras. Los juegos al raso debajo de un cielo de nubes, unas nubes que de persistentes llegaban a parecer siempre las mismas. Los impermeables y las katiuskas de colores. Los bollos rellenos de mantequilla derretida y azúcar que marcaban la hora por la tarde. El aire gris cargado de humedad dulce, nunca frío, que te rizaba el pelo y humedecía la piel. Y por encima de todo, los ratos en que agarrando la mano de mis padres, de puntillas y con la nariz pegada en la barandilla del puente de la ría, miraba cómo unos pájaros blancos levantaban parsimoniosamente el vuelo para luego en el aire girar y girar velozmente interpretando una danza cuya música parecían escuchar solo ellos.
Hay quien lo llama “pequeñas cosas”. Texto y foto: Aurora Espiga.
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Juan nos presenta "Czardas" - Vittorio Monti 8 Nov2012 |
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