Mi abuela Juana (la "señora Juanita") cumplía los años el día de San Juan, pero nunca lo celebrábamos. En la mañana de ese día, después de prepararnos el desayuno a mi abuelo y a mí, la abuela se iba a la cama. Apenas hablaba. Tenía mal color, la voz afónica y los ojos enrojecidos. A mediodía se levantaba, nos servía el almuerzo y de nuevo se acostaba. A mí me preocupaba mucho que estuviera siempre como enferma precisamente el día de su cumpleaños, pero nunca me contó nadie el secreto de lo que le pasaba, hasta que ella misma me lo explicó cuando yo era ya una mocita de trece o catorce años. Bien, pues el misterio era que las mujeres de Quecedo, sólo las casadas, se reunían la Noche de San Juan en un lugar llamado el arroyo Marimata, una zona que quedaba algo apartada de las casas del pueblo, al fondo de una chopera, rodeada de mucha vegetación. Según mi abuela, llevaban unas botellas de orujo, algo de anís o licor de guindas, lo que cada una buenamente podía, y se pasaban toda la noche cantando, bailando y contando historias en torno a una hoguera. Al amanecer preparaban chocolate y, después de tomárselo, cada una se iba a su casa. En algún momento también recogían plantas, porque recuerdo que en la mañana de San Juan  aparecían ramitos encima de todos los cuadros y calendarios que había por la casa. Mi abuela decía que aquellas plantas tenían propiedades curativas, y sería verdad, porque ella, al cabo de unas veinticuatro horas, ya estaba buena.
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Me contó con mucho orgullo el asunto del arroyo Marimata. "Los hombres pueden ir todos los días a la taberna, pero nosotras celebramos en una noche para todo el año." Yo, desde entoces, cada vez que iba por la chopera, miraba hacia la vegetación oscura y tupida del arroyo Marimata, y me parecía que allí, en aquella umbría, había algo mágico.
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Otra cosa que mi abuela hacía, antes de irse de fiesta, era dejar en la ventana, al fresco, una llave y un huevo cascado en un tazón. La llave se ponía muy fría, y a la mañana siguiente se tenía que aplicar sobre alguna parte del cuerpo donde hubiera una dolencia, y sanaba. Al huevo le pasaba una cosa curiosa: aparecían la yema por un lado y la clara por otro, en vez de estar la una sobre la otra. Esas cosas sólo sucedían en la Noche de San Juan.

En la foto la abuela Juana, paseando en burro a su hija y su nieta, hacia 1951.