Dos imágenes de un mismo objeto, tan real la una como la otra, pues sin la primera la segunda no existiría. Unidas por una línea fina y muy delgada difícil de precisar están las dos vivas, brillantes. Llenas de color reposarán para siempre sobre un espejo de agua. Sólo hay que mirarlas.
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Dos voces de un mismo sentimiento, tan real la una como la otra, pues sin la primera voz la segunda no existiría. Unidas por una delgada línea de armonía imposible de imitar, están las dos vivas, brillantes. Llenas de color reposarán para siempre en nuestro interior. Sólo hay que escucharlas.

Estaba en un rincón del parque grande al que una tarde si y otra también íbamos a pasear hasta la caída del sol, ese instante de luz violeta que pinta las ramas y las hojas de negro y llena de sombras el aire, momento también de regresar a casa. Recuerdo que de entre aquellas sombras y en un rincón apartado emergía de nuevo la luz. Iluminaba un falso jardín dentro del jardín grande. Mi madre nos decía que era “casi un movimiento musical recurrente donde el parque grande introducía al pequeño, dejando los dos a la luz sola para su lucimiento exclusivo” y a continuación nos miraba. Nosotros asentíamos con la cabeza sin saber muy bien por qué lo hacíamos, para luego quedarnos un buen rato, casi embrujados, contemplando aquel falso jardín.

Estaba en un rincón del parque grande al que una tarde si y otra también íbamos a pasear hasta la caída del sol, ese instante de luz violeta que pinta las ramas y las hojas de negro y llena de sombras el aire, momento también de regresar a casa. Recuerdo que de entre aquellas sombras y en un rincón apartado emergía de nuevo la luz. Iluminaba un falso jardín dentro del jardín grande. Mi madre nos decía que era “casi un movimiento musical recurrente donde el parque grande introducía al pequeño, dejando los dos a la luz sola para su lucimiento exclusivo” y a continuación nos miraba. Nosotros asentíamos con la cabeza sin saber muy bien por qué lo hacíamos, para luego quedarnos un buen rato, casi embrujados, contemplando aquel falso jardín.

De nuevo hemos ganado la Copa y pasa que por momentos somos un poco felices. Feliz aún estaba cuando aparece “Higgs y su bosón”. El bosón de Higgs, la partícula más pequeña buscada y finalmente encontrada. Responsable de que las partículas tengan masa y por lo tanto responsable de la formación de átomos. Pasa que no lo entiendo y en la red andaba enredando cuando leo que el Códice Calixtino robado de la catedral de Santiago el 5 de julio del año pasado, ha sido recuperado en perfectas condiciones. Y pasa, pasa que me alegro, que me alegro mucho. Este Códice del siglo XII es un ejemplar único, lo que hacía de su pérdida un desastre de dimensiones considerables. Profusa y bellísimamente ilustrado, es la primera guía de peregrinos del Camino. Contiene además, y ello acrecienta su valor, la partitura de unos cantos a dos y tres voces que representan el conjunto polifónico más antiguo de la historia de la música. Ya luego por la tarde mirando brillar el sol pensé que aún existen días brillantes.
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Escuchemos la música de hoy y al menos por un momento arrojemos de nosotros el manto de color gris que nos han tirado encima y sintamos el brillo del sol y de la música. Adelante, nos lo merecemos.

Ojo avizor todos los medios días en la puerta del colegio los esperaba. “Vamos, rápido, que ya vamos tarde”, lo que era rigurosísimamente falso. Daba igual.
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De pié, con las manos en los puños y la cartera entre las piernas, reposando en mi padre y con el viento en la cara, en perfecto equilibrio los tres, emprendíamos velozmente el camino a casa para el almuerzo, zigzagueando entre calles, coches. Siempre los primeros en los semáforos y siempre atravesando el parque. Fueron muchos medios días, durante muchos años.  Fueron momentos inolvidables.
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No sé bien cuál es la razón, pero siempre que oigo esta música que zigzaguea, mis recuerdos en blanco y negro se activan y de entre ellos brillante, menuda, veloz y para siempre roja aparece ella, la Vespa Roja de mi padre.

La Belleza de lo sencillo. Belleza, que hasta un ciego sería capaz de sentir. Digámoslo alto y sin complejos: El Valle es sencillamente bello.
La Luz… esa luz de tarde que nos recibió y acompañó durante nuestro paseo. Luz perfecta que teñía el aire de oro pintando de ocres la tierra.
La radio. De camino hacia ella con las estrellas ya en el cielo. Y una vez en su interior el privilegio de poder sentir como las palabras nada más dichas se enredaban en las ondas y juntas las dos volaban muy rápido buscando cobijo.
Luego la mañana y la partida. Habremos de regresar, de regresar con más calma.

Melodías de gozo, de pena.  Estallidos repletos de colores vibrantes. Murmullo de bautizos, de bodas, de romería. Susurros de iglesia, ecos que suenan a muerte. Compases estremecedores, armonía lenta. Sonidos. Sonidos que sabes nada más escucharlos que marcharán, como las hojas de los árboles en otoño.
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Más cuando falta la luz y el silencio aparece escuchamos esas otras notas. Notas que nos nacen dentro. Notas de alegría y de dolor. Notas de recuerdos y añoranzas. De presencias y de ausencias. Notas de sueños plagados de flores teñidas con luz de luna.
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Nocturnos música para siempre.

Allá por el entorno del Corpus, con los primeros calores comenzábamos a ir a la Casa Grande. Otra vez de nuevo entre calles de piedra que no habían cambiado. De nuevo entre puertas de madera con dinteles recién pintados. De nuevo los árboles libres más altos y más grandes, más rotundos y frondosos. De nuevo los maceteros de barro en las esquinas y los tiestos repletos de flores en las ventanas y de nuevo, tras los visillos, las caras de siempre. De nuevo La Plaza y la fuente, el puente y el rio. Y de nuevo ese frescor que por la noche llegaba y que lentamente iba llenando el silencio de rincones y calles de voces amigas. Y de nuevo, y por encima de todo, mi bici. Mi bicicleta que me había estado pacientemente esperando durante todo el invierno.